Todo aquel que me conoce sabe que hasta hace unos meses residí en Buenos Aires. Muchas de las personas que allí conocí lo primero que me preguntaban al saber mi nacionalidad, como seguramente le suceda a todo español que llegue a la capital argentina, era si provenía de Madrid o Barcelona o Sevilla o Bilbao, etc… Tras unos cuantos infructuosos intentos tenía que ser yo el que orgulloso, aunque un tanto contrariado por el constante desacierto, señalaba “de Gijón”. En ese momento, la grandísima mayoría de mis interlocutores fruncían el entrecejo, miraban hacia el cielo y se tocaban la barbilla. Tras unos segundos de, hasta cierto punto, angustiosa espera, se solía suceder alguno de estos comentarios… “Ah sí, de ahí es donde vienen esos exquisitos turrones ¿verdad?”… ¡no se imaginan mi cara de desesperación! En el caso de los muy, muy, muy futboleros, que en Argentina abundan, acertadamente recordaban al equipo de mis amores, a mi Sporting, pero no tan a menudo como se pueden imaginar. Incluso uno de estos futboleros, un hincha de San Lorenzo de Almagro, con una gran sonrisa en su cara me dijo… “yo estuve en Gijón, tengo una foto en la playa del club del que soy hincha, ¡en la playa de San Lorenzo!”. El caso más curioso fue el de un ya longevo escritor, con el cual pude compartir una de las “Mesas de los Miércoles” del escribano Scarzo, que me señaló que en Gijón tiene un puerto… se trataba del Dr. Enrique Mussel.
Este anecdotario introductorio viene a cuenta del otro aspecto que en Argentina vinculan con Gijón. En este caso se refiere a un par de devoradores de novelas negras que pude conocer por allá, los cuales se refirieron a la Semana Negra, de manera casi reverencial, al conocer mi lugar de nacimiento. Incluso uno de ellos poco después publicaría su primera novela policiaca, interrogándome sobre cómo podría hacer para presentarse al certamen gijonés.
En definitiva, nuestro Gijón del alma transciende por confusión con Jijona, por alguna que otra coincidencia nominal, por el Sporting y por la Semana Negra. No pretendo hacer de esto una verdad estadística, únicamente es mi experiencia personal, pero como experiencia personal debe contar a la hora de establecer la verdad de un estudio científico. A partir de aquí, debemos reflexionar sobre el debate abierto en torno a la Semana Negra.
La histórica polémica que hay en la ciudad al respecto de la Semana Negra es un absurdo, únicamente alimentado por la cortedad de miras de una rancia derecha política local. Su obsesivo interés en vincularlo con la izquierda sólo es entendible porque fue una administración del Partido Socialista quien la impulsó y desarrolló durante casi un cuarto de siglo. Pero ahora son ellos, la derecha más tradicional, los que tienen la oportunidad de seguir haciéndola crecer e incluso obtener réditos políticos si demuestran buen hacer. Es más, deberían ser conscientes que ese estúpido marchamo de “nido de rojos” que tiene la Semana Negra no pasa, a lo sumo, de sonrosaditos. Eso sí, ese cierto aire de libertad que se respira en el recinto da pie a que algunos rojos nos colemos de vez en cuando. Pero el problema hoy para los conservadores gijoneses es que su histórica cruzada “antisemanera” les pesa en el equipaje.
Su oposición ha sido bandera bajo la cual han intentado defender los intereses de los nuevos ricos locales que, como nuevos ricos, no ven la hora de despegarse de la sucia plebe que, en su imaginario colectivo, perciben con olor a bocadillo de calamares fritos y cubalibre en vaso de plástico. Porque más que nuevos ricos, lo que verdaderamente son es poseedores de la conciencia de serlo, pero su billetera no les da para separarse suficientemente de la plebe, como si son capaces de hacer los verdaderos plutócratas, ya sean nuevos o viejos. Los históricos denunciantes de las incomodidades “semaneras” me recuerdan a los que ahora denuncian incomodidades en Chueca, un barrio prácticamente ruinoso que se ha convertido en referente mundial única y exclusivamente gracias al movimiento gay. Ahora, algunos, pretenden recortar las celebraciones de un movimiento que ha elevado enormemente el valor de mercado de los inmuebles de la zona. Pero de esto nadie se acuerda, como tampoco se acordarán sus homónimos gijoneses de las incomodidades medioambientales que generaba en la ciudad la actividad industrial de la que muy posiblemente se hayan beneficiado a partir de su desmantelamiento.
Y el absurdo continúa, porque el interés que despierta en otras ciudades da cuenta de su potencial. Que ciudades de la talla de Barcelona o Milán sueñen con acoger el festival, como publica un diario de ámbito estatal, debería poner sobre aviso a las autoridades para hacer uso de su derecho preferencial como sede continua desde su nacimiento, porque si se trata de competir económicamente la batalla está perdida.
Además de una seria reflexión sobre la oferta cultural de la ciudad que, como todo, es mejorable, también habría que reflexionar sobre la economía real y concreta de la ciudad. Se critica la proliferación incesante de chiringuitos que hay en la Semana Negra, convirtiéndose en uno de los aspectos que más atrae al público… ¿y qué? Si esta es una manera de acercar al público en general a la cultura, ¿tiene algo de malo? Porque cultura es novela negra, pero no sólo novela negra. También lo son los múltiples conciertos, las constantes charlas y debates, exposiciones y demás. Pero, incluso, si tampoco les acercara a la cultura, insisto, ¿qué tendría de malo?
Llegados a este punto, los nuevos poseedores del bastón de mando local ¿conocen la realidad económica de Gijón? Más antigua que la propia Semana Negra es la desindustrialización de Asturias. A su vez, los falsos mitos del certamen gijonés compiten con el más falso de los mitos que ha vivido esta región… la reconversión industrial. Su ausencia ha hecho que la única alternativa económica que se ha dado a esta ciudad sea el turismo. Un turismo que ni vive ni vivirá jamás del sol y la playa. Vive de la gastronomía, de las barras de bar y de las noches interminables. Con todos los inconvenientes que, sin duda, trae, hoy por hoy es el único sector económico con cierto dinamismo en la ciudad. La Semana Negra es parte de ese dinamismo, al igual que la libertad de horarios nocturnos de los pubs que atraen a jóvenes de todo el norte de España, dejándonos sus buenos euros en bares, restaurantes y hoteles. ¿Será la alcaldesa Moriyón la que lo boicotee en plena crisis económica?