Mañana, salvo sorpresa monumental, Francisco Álvarez-Cascos asumirá la presidencia de eso a lo que me niego a llamar principado, es decir, Asturias. Vistas las crónicas políticas sobre el debate de investidura en la Junta General, se nos avecina una legislatura de los más movidita, en la que el nuevo presidente necesitará gambetear cual Messi con la camiseta del Barça. Y la perla de la cantera de esta especie de nueva derecha regionalista asturiana (¡¿quién lo diría?!) apunta maneras. Después de provocar un tsunami en la política asturiana, del cual él mismo es el único no damnificado y beneficiario, ha conseguido arrastrar hacia su ascua toda sardina en juego de cierta entidad. Así, tanto minorías amplias, pero minorías en definitiva, como mayorías minoritarias, le están sirviendo para acaparar un poder de unas dimensiones desconocidas para la derecha conservadora asturiana desde tiempos de la dictadura.
En una gambeta que pasará a los anales de la historia política asturiana (y no descarto que sea objeto de estudio más allá), ha destrozado la organización asturiana de su antiguo partido, ha conseguido su apoyo para controlar el ayuntamiento de Gijón, les ha dado un portazo en las narices a la hora de conformar el gobierno asturiano y comienza a hacer tambalear el suelo ovetense bajo sus pies. Y, por si fuera poco, sus apaleados ex compañeros son conscientes de que poco más que salvar algún mueble es lo que les queda a corto y medio plazo. Una acción política erosiva por parte de las huestes astures de Rajoy que obligue a una nueva convocatoria electoral en Asturias, supondría convertir una derrota sin paliativos en una aniquilación total.
Y la mofa casquiana (que no kafkiana, aunque podría ser) no tiene fin. El que fuera martillo de herejes de la derecha más rancia del conservadurismo español, acapara el poder en la “cuna de España” envuelto en su bandera y reivindicando una especie de asturianía sui generis. A su vez, mientras desprecia a sus antiguos camaradas hace guiños al Partido Socialista y, aún más, a Izquierda Unida. Y mucho me temo que estos guiños acabarán por fructificar en el poder asturiano e, incluso, en el de la capital. Si la política fuera puro espectáculo como el fútbol, me sentaría en el sofá y disfrutaría del juego. Por desgracia (o suerte) no es así.
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