jueves, 2 de junio de 2011

La Noche que Crucé la General Paz

    Hoy inserto un artículo que tenía perdido. Lo escribí en el aeropuerto de Barajas el 30 de Noviembre de 2010, tras volar desde Buenos Aires y mientras esperaba mi vuelo hacia Asturias. Acababa de poner fin a una estancia de año y medio en la capital argentina. El sopor de la larga espera lo ocupé respondiendo a un pedido de un amigo que “no es porteño”. Después, el artículo se perdió en las entrañas de mi ordenador y en mi memoria y hoy, por pura casualidad, ha vuelto a aparecer. En el pongo la mirada sobre una frontera social que, aún siendo porosa, permeable e inexacta (ya que hay islas clasistamente bien diferenciadas a uno y otro lado), no deja de operar a nivel social, económico e, incluso, jurídico. De hecho, según un reciente estudio, a un lado la pobreza llega a ser 5 veces mayor que al otro. Se lo quiero dedicar a Pri y Ale que me aguantaron, comprendieron y animaron al otro lado del planeta... este asturiano (que no gallego) cumple!!!


LA NOCHE QUE CRUCÉ LA GENERAL PAZ

    Allá por el año 1989 cayó lo que durante décadas fue el símbolo de la guerra fría y que entre otros muchos nombres recibió el de “Muro de la Vergüenza”. Vergüenza porque evidenciaba la incapacidad del ser humano de superar sus diferencias, poco tiempo después de que un enemigo atroz nos uniera ante la posibilidad de un destino fatal.

    Durante más de cuatro décadas, ese muro fijó nuestra atención y tras su caída descubrimos que otros muchos muros se levantan en el planeta, casi siempre bastante más vergonzosos que el famoso berlinés. Porque, en definitiva, el muro teutón era producto del desencuentro de gobiernos y sistemas antagónicos. Pero los que descubrimos a partir de entonces no se elevaban por un gobierno contra otro, sino por un gobierno contra un pueblo ajeno. Así descubrimos los muy vergonzosos casos de Gaza o de la frontera yanqui-mexicana. Y con fines muy parecidos, aunque con una concreción menos física que los anteriores, encontramos el que el acuerdo Schengen levanta en la Unión Europea contra el resto de la humanidad.

    Por razones que no vienen al caso, durante casi año y medio he residido en un país sudamericano dónde jamás supe, o ni siquiera hubiera imaginado, que existiera otro “muro de la vergüenza”. En este caso es permeable, a diario cientos de miles de personas lo atraviesan en ambas direcciones, pero de manera muy significativa el nacer a un lado u otro marca tu destino. A un lado se sitúa el poder político y económico de toda una nación donde conviven la alta burguesía junto con los sectores más favorecidos de la clase trabajadora y la pequeña burguesía, ambas dos venidas a menos. Pero un pasado reciente resplandeciente (que no dorado, ya que tras tanto brillo había una mentira y no oro) configuró una arraigadísima mentalidad medioclasista que perdura en gran parte de la población a pesar de su decadencia. Una mentalidad que no pretende más que, por un puñado de pesos, separarse de las masas trabajadoras para ponerse sobre ellas, adoptando muy habitualmente posiciones francamente reaccionarias.

    Al otro lado, el vasto pueblo trabajador y el lumpen que por desgracia abunda como en cualquier país de Sudamérica. Inseguridad, corrupción policial y clientelismo político alimentado a diario para seguir profundizando los cimientos de un muro muy real, por muy permeable que sea. De hecho, sí existe un artificio que define sus límites en forma de amplia avenida y que, por ejemplo, nunca pudo ser traspasado por el extrañamente abanderado de las clases populares de este país. El aclamado teniente coronel nunca obtuvo una victoria intramuros.

    A estas alturas calculo que cualquier lector mínimamente avezado ya habrá descubierto de que muro estoy hablando. Y a los miles de turistas que visitan esta bella capital latinoamericana, les invitaría a visitar la otra parte, ya que para conocer un país realmente hay que ir más allá de los tours programados. Y es que el conocimiento es tan válido y necesario cuando es bello como cuando no. Y no me mal interpreten, la belleza exterior en este caso está intramuros, pero la interior está del otro lado. Cada uno que elija, yo ya lo he hecho hace muchos años, y confieso que por una cuestión puramente ideológica.

    En la práctica, este caso lo descubrí una noche en la cual, tras más de un año intramuros, un grupo de amigos me llevó al otro lado y, entre cervezas, asado, “inciensos” y caras de póker, me hicieron entender que separa a un porteño tipo de una persona de provincia tipo. Que nadie se sienta ofendido, ni mis amigos porteños ni los de provincia, estoy generalizando. Y como argentino que me siento, habiendo residido en los porteñísimos barrios de Caballito y Balvanera, no puedo decir otra cosa mas que soy un porteño más, aunque no un porteño tipo. De la misma manera que soy un español más, pero no un español tipo. Y ahora, en tránsito hacia mi ciudad natal en el aeropuerto de Barajas, mientras espero que llegue mi hora de embarque, este es mi pequeño y seguramente inexacto homenaje. A ellos va dedicado este artículo, a ellos que me lo solicitaron y que seguramente no era esto lo que esperaban.

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