lunes, 28 de enero de 2013

Reflexiones a Bote Pronto: Cortesanos, Adoquines y Estallido Social

Los abundantes periodistas cortesanos que pululan por las mesas de las tertulias de radio y televisión muestran, con una insistencia de alta intensidad, su asombro ante la relativamente baja conflictividad social que vive la sociedad española. Una sorpresa que suelen acompañar de un abierto y henchido reconocimiento a la responsabilidad con la que nuestros conciudadanos capean el temporal por el que pareciera que la inescrutable voluntad divina nos ha guiado. No cabría concluir otra causa a la patética realidad socioeconómica que vivimos si nos atenemos al discurso del que suele hacer gala el tertuliano palatino, cuyos dos argumentos definitivos son “esto es lo que hay que hacer” y “no hay alternativas”. Por tanto, partiendo de estos fundamentos analíticos, la ausencia de estallido social solo puede explicarse como un supuesto ejercicio de responsabilidad histórica de la sociedad española. 

Sin duda, es asombrosa la estoicidad con la que el español medio está tragando el detritus generado por la descomposición del Estado de Bienestar. El cambio de modelo al que estamos asistiendo tiene una media de contestación social que alcanza el sonrojo por su ingenuidad. No cabe otra cosa que la dilatación de los vasos sanguíneos faciales cuando se es incapaz de articular una contestación que ponga contra las cuerdas a las políticas gubernamentales, en un periodo histórico en el que se está produciendo el mayor ataque a los derechos sociales y laborales desde el final de la II Guerra Mundial. Porque seamos sinceros, estamos respondiendo con bolas de papel a un ataque de artillería pesada. Y así presenciamos el aumento del desempleo hasta los 6 millones de parados, en medio de los mayores fenómenos de corrupción política del actual régimen, con un “gran sentido de la responsabilidad” que diría el tertuliano prototípico. 

Pero más que el sentido de la responsabilidad, generado por la asunción inconsciente del paradigma ideológico de lo que básicamente es la transferencia directa de renta de los trabajadores hacia la empresa, la doctrina del shock expuesta por Naomi Klein nos daría respuestas más satisfactorias aunque menos funcionales para los objetivos de los cronistas oficiales. Vivimos en una sociedad en permanente estado de conmoción ante el pavor a perder definitivamente un modelo de vida cada vez más devaluado. Esta sociedad, en su mayoría, sigue dispuesta a asumir durísimas medidas, por muy contrarias a sus intereses que éstas sean, con tal de que se le prometa en futuro mejor. Y esta tierra prometida se asume, ciega y acríticamente, como destino final y certero de las estrecheces actuales. 

Así todo, en ocasiones, el palmero hertziano encuentra a su antagonista, que suele ser llamado a compartir espacio radioeléctrico a modo de justificación a una mal disimulada ausencia de pluralidad. El contrapunto es invitado a las ondas para pelear, en franca desventaja, con una pléyade de cortesanos, ejerciendo como si del sparring del campeón se tratara o, en el mejor de los casos, de un antisistema radicalizado y marginal. Este fue el caso que inspiró este artículo, cuando en cierto programa de debate político apareció ese rara avis de la evolución ideológica que, al contrario de lo que suele ser habitual, ha evolucionado desde el fascismo franquista hasta posiciones revolucionarias. 

El profesor Vestrynge, ante la estupefacción de la mayoría de los presentes, reivindicó el adoquín como arma política y medio legítimo de protesta y presión social frente al poder. Esta evidente falta de corrección política, sumada a la artificial e historiográficamente desinformada barahúnda que se formó en el plató, acabó por dejarle en el sitio que el formato televisivo le tenía reservado. Otro éxito de los dircoms del régimen y de un sistema educativo que ha arrinconado a las humanidades. 

Pero lo cierto es que el metafórico adoquín reivindicado por el profesor Vestrynge está reconocido en los documentos fundacionales del régimen político liberal. Así lo expresa la Declaración de los Derechos del Hombre de 1793: “cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurrección es para el pueblo, y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes”. Hasta la propia Declaración de Independencia de los Estados Unidos, acto fundacional de tan venerada nación por algunos de los más insignes comentaristas palmeros, recoge un derecho similar. Por no hablar de que incluso la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 lo reconoce implícitamente. 

Por tanto, siguiendo la doctrina del profesor Vestrynge y de los revolucionarios franceses y estadounidenses (por citar solo dos), y desmarcándome de la falsa corrección política de la palatina tertulianía (permítaseme la licencia lingüística) de deficiente formación humanística, yo también me permito el lujo, dada la alta probabilidad de estigmatización, de reivindicar el adoquín. Porque en mis tres décadas y media de existencia no he asistido a un periodo de mayor violación de los derechos del pueblo que a la que nos está sometiendo el actual gobierno. Un gobierno al que incluso se le podría acusar de alta traición por actuar al dictado de una potencia extrajera. 

En conclusión, como rezaban los revolucionarios franceses, la rebelión no solo es el más sagrado de nuestros derechos, también es el más indispensable de nuestros deberes. Las generaciones venideras nos juzgarán en función de si hemos sido capaces de responder satisfactoriamente a nuestros deberes como pueblo o no. De si hemos deambulado hacia el matadero como dóciles corderos o si hemos opuesto la conveniente resistencia. En definitiva, de si hemos contradicho con nuestros actos a todos aquellos periodistas cortesanos para los que la ausencia del estallido social es un valor a ensalzar.

miércoles, 23 de enero de 2013

ETA: Cuando las Pistolas Hablaban de Política

Es curioso que uno tenga que encontrarse con el mejor debate que ha podido ver sobre ETA en un canal iraní. Ello no habla nada bien de los medios de comunicación españoles en los que, a poco que te salgas de la línea de pensamiento oficial al respecto, poco menos que te acusan de terrorista. Fort Apache, el nuevo programa del canal HispanTV, abordó de manera valiente el asunto de ETA y el fin de la violencia política en Euskadi, en un inusitado ejercicio de divulgación histórica y política que merece el reconocimiento de este blog. Ello se lo debemos a Pablo Iglesias, Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, que ejerce de presentador y moderador y con el cual tengo el gusto de compartir una pasada militancia política y algún que otro enfrentamiento interno.


lunes, 21 de enero de 2013

Reflexiones a Bote Pronto: El Derrumbe Constitucional

El andamiaje político construido en la transición hace aguas por todas partes. Tanto que se antoja incorregible y la única solución parece que pasa por su recambio. Fundamentalmente, porque la descomposición afecta a los tres poderes del Estado, convirtiendo en mero ilusionismo la posibilidad de que uno de ellos tome las riendas para una regeneración de la vida política del país.

 En concreto, ¿podemos esperar algo del legislativo? Las noticias de los últimos días nos responden con un rotundo no. Y no porque el conjunto de los miembros de las cámaras en las que reside este poder sean corruptos. No dudo que habrá señorías de ética intachable. Pero no hay más que leer las portadas de la prensa de cualquier edición para observar cómo la corrupción se ha instalado en los dos grandes partidos, invalidando con ello toda capacidad de reacción legislativa. A tal punto llega la parálisis de este poder que ni siquiera es capaz de reaccionar, más allá de la pura estética, ante los crecientes casos de suicidio por desahucio. 

 Entonces, ¿será el poder judicial una garantía? Inequívocamente no. Cuando el máximo responsable de la pléyade de corruptos valencianos sale indemne mientras el juez encargado de investigar la trama es apartado de la profesión, la poca confianza en la justicia española ya debería haberse esfumado. Pero, por si esto fuera poco, asistimos a cada vez más escandalosos casos. Vemos como lo pobres acaban con sus huesos en la cárcel por adquirir productos de primera necesidad con una tarjeta de crédito encontrada en la calle o como un extoxicómano es privado de libertad, poniendo en peligro su ya certificada reinserción, por traficar con menos de medio gramo de heroína años atrás. Mientras tanto, los poderes del Estado miran hacia otro lado, en concreto hacia la figura del Rey, a quien pretenden salvaguardar de cualquier implicación en el caso Urdangarin. Y como guinda de un amargo pastel judicial, la prerrogativa del indulto aparece únicamente para favorecer a corruptos de ambos partidos, torturadores y condenados a sueldo del poder. 

 Y, ¿qué hay del ejecutivo? Sirviendo a potencias extranjeras. La abierta traición a los intereses del país se consagró constitucionalmente con la última reforma de 2011, si bien la actitud servil ante la banca alemana y su potentada Ángela Merkel ya viene de largo. Por tanto, la soberanía nacional en materia económica se ha malvendido a intereses extranjeros mediante actos continuados en los que han colaborado los dos grandes partidos. Y en lo que a su limitada capacidad de obrar se refiere, todos y cada uno de sus actos están inspirados y dirigidos a la destrucción de lo público en favor de una parasitaria oligarquía que, legal o ilegalmente, está inmersa en un frenesí de saqueo de bienes públicos y derechos sociales y laborales. 

 Ante este panorama, cabe poco menos que certificar el fin de un modelo que, aunque a muchos nos pareciera tremendamente deficitario, contó con altos niveles de consenso entre la ciudadanía. Pero hoy, en una situación de crisis económica sin precedentes en la que ninguno de los poderes del Estado es capaz de dar una respuesta mínimamente razonable a las necesidades del país, la arquitectura política de 1978 parece totalmente amortizada dados los crecientes niveles de insatisfacción. 

 Lo más triste de la situación es que ni siquiera se puede asegurar que la certificada inviabilidad institucional sea positiva. No puedo más que recordar la Italia de la tangentopolis y sus consecuencias: el asalto del poder por parte de Berlusconi aupado a hombros de neofascistas. ¿Es ese nuestro futuro? Es posible. 

 Me lo hacen temer determinados proyectos políticos que, poco a poco, van ganando su espacio electoral sin ofrecer absolutamente nada nuevo más allá de una mayor profundización neoliberal envuelta en un rancio discurso españolista. Pero me lo hace temer aún más la realidad de la izquierda alternativa, que debería estar planteando un proyecto de transformación radical y, sin embargo, se muestra incapaz. Unos, debatiéndose entre dar aire al PSOE o dar un paso definitivo al frente. Otros, rindiendo culto a la espontaneidad y convirtiendo un supuesto ejercicio de “democracia pura” en un acto de desprecio y marginación a 150 años de experiencia política de la izquierda. Y algunos más, perdidos en disquisiciones ideológicas en busca de una puridad absoluta, asemejándose así a un futuro turista espacial que perdió el billete de vuelta de sus vacaciones por los anillos de Saturno. 

 Así las cosas, la Constitución de 1978 es papel mojado y la institucionalidad que parió se derrumba ante nuestros ojos pero, ¿el futuro inmediato nos depara algo mejor?