Hoy el diario español El Mundo, ante la cercanía de las elecciones argentinas, publica un artículo sobre el peronismo firmado por Ramy Wurgaft. Desconozco al autor y su obra, pero en este caso en absoluto responde a la pregunta del título "¿Qué es el peronismo?". Poco más nos aporta su lectura que alguna que otra anécdota y una serie de tópicos, para los cuales no es necesario un estudio muy exhaustivo de un fenómeno muy particular que siempre llamó mi atención. En todo caso, pueden comprobarlo por si mismos en este enlace:
http://www.elmundo.es/america/2011/09/30/noticias/1317346438.html
Hasta el momento, la caracterización más plausible que he encontrado es la que hace el sociólogo marxista Silvio Frondizi, vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores, asesinado por la Alianza Argentina Anticomunista (Triple A) en 1974. La reproduzco a continuación.
EL PERONISMO
Para nosotros, el peronismo ha sido la tentativa más importante y la única de realización de la revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso se debe a la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir con dicha tarea.
A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía argentina en general, sin que pueda decirse que ha representado de manera exclusiva a uno de sus sectores —industriales o terratenientes. Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le permitió canalizar en un sentido favorable a la supervivencia del sistema, la presión de las masas, mediante algunas concesiones determinadas por la propia imposición popular, la excepcional situación comercial y financiera del país, y las necesidades demagógicas del régimen. Precisamente, la floreciente situación económica que vivía el país al término de la segunda gran guerra, constituyó la base objetiva para la actuación del peronismo. Este contó, en su punto de partida, con cuantiosas reservas acumuladas de oro y divisas, y esperó confiadamente que la situación que las había creado mejorara constantemente, por la necesidad de los países afectados por la guerra y por un nuevo conflicto bélico que se creía inminente.
Una circunstancia excepcional y transitoria más, contribuyó a nutrir ilusiones sobre las posibilidades de progreso de la experiencia peronista. Nos referimos a la emergencia de una especie de interregno en el cual el imperialismo inglés vio disminuir su control de la Argentina, sin que se hubiera producido todavía el dominio definitivo y concreto del imperialismo norteamericano sobre el mundo y sobre nuestro país. Ello posibilitó cierto bonapartismo internacional —correlativo al que se practicó en el orden nacional—, y engendró en casi todas las corrientes políticas del país grandes ilusiones sobre las posibilidades de independencia económica y de revolución nacional.
La amplia base material de maniobras permitió al gobierno peronista, en primer lugar, planear y empezar a realizar una serie de tareas de desarrollo económico y de recuperación nacional, con todas las limitaciones inherentes a un intento de planificación en el ámbito capitalista. La estructura tradicional de la economía argentina no sufrió cambios esenciales; las raíces de su dependencia y de su deformación no fueron destruidas. Al agro no llegó la revolución, ni siquiera una tibia reforma. Fueron respetados los intereses imperialistas, a los cuales incluso se llamó a colaborar, a través de las empresas mixtas. Tampoco se hicieron costear las obras de desarrollo económico al gran capital nacional e imperialista. El Primer Plan Quinquenal, en la medida, que se realizó, fue financiado, ante todo, con los beneficios del comercio exterior. Por otra parte, a consecuencia de una serie de factores, aquella fuente primordial de recursos pronto se tornó insuficiente, y debió ser complementada con las manipulaciones presupuestarias y el inflacionismo abierto. A través de la inflación, los costos de la planificación económica peronista no tardaron en recaer también sobre la pequeña burguesía y el proletariado de las ciudades.
Pero durante su primer periodo de expansión y euforia, el peronismo tuvo también realizaciones en los distintos aspectos de la economía. En materia de transportes, se nacionalizaron los ferrocarriles y se incorporó nuevo material; la marina mercante argentina fue aumentada en sus efectivos y en el tonelaje total transportado. Hacia la misma época se fue dando gran impulso a la aviación, se completó la nacionalización de puertos, etcétera.
Otra realización recuperadora del peronismo en su periodo de auge ha sido la repatriación de la deuda pública externa. Se pretendió solucionar el problema de la energía en general y del petróleo en particular, pero sin atacar las cuestiones de fondo. Se tomaron una serie de medidas favorables a la industria y se apoyaron los rudimentos de una industria pesada estatizada, heredados del gobierno precedente, aumentando la participación estatal en la industria. La intervención directa del Estado en la industria tuvo una doble finalidad: tomar a su cargo tareas económicas necesarias que la endeble burguesía nacional no era capaz de realizar por sí sola y proporcionar a la burocracia bonapartista un nuevo resorte de poder y una importante fuente adicional de beneficios. La generosidad del crédito estatal fue otra de las formas de favorecer al capitalismo nativo-extranjero. El mantenimiento de un grado apreciable de paz social ha sido una de las contribuciones más importantes del Estado peronista a la prosperidad de la burguesía agroindustrial argentina durante el primer periodo de expansión. La propia prosperidad general fue factor fundamental en la atenuación transitoria de las luchas clasistas argentinas. A ello se agregó la acción del Estado, que por un lado promovía una política de altos salarios, a la vez que subsidiaba a las grandes empresas para evitar que éstas elevaran exageradamente sus precios, y por otra parte encerraba a los trabajadores en un flexible pero sólido y eficiente mecanismo de estatización sindical.
Este balance realizado —que es nuestra posición desde hace varios años— nos ha evitado caer en los dos tipos de errores cometidos respecto al peronismo: la idealización de sus posibilidades progresistas, magnificando sus conquistas y disimulando sus fracasos, y, por el otro lado, la crítica negativa v reaccionaria de la "oposición democrática", que, v.gr., tachó al peronismo de fascismo.
El resultado de tal balance es la entrega del capitalismo nacional al imperialismo, a través de su personero gubernamental, el peronismo. En efecto: transcurridos los primeros años de prosperidad, entró a jugar con toda fuerza el factor crítico fundamental de los países semicoloniales: el imperialismo. Este logró por diversos medios (dumping, relación de los términos de intercambio, etcétera) ir estrangulando paulatinamente a la burguesía nacional y su gobierno. Los diversos tratados celebrados con el imperialismo —verdaderamente lesivos para el país— culminaron el proceso de entrega. En fin, el balance de la experiencia nacional-burguesa del peronismo ha sido la crisis: estancamiento y retroceso de la industria, la caída de la ocupación industrial y de los salarios reales, el crónico déficit energético, la crisis de la economía agraria y del comercio exterior, la inflación, etcétera.
Yendo ahora a su aspecto político, el rasgo fundamental del peronismo estuvo dado por su aspiración de desarrollar y canalizar simultáneamente la creciente presión del proletariado en beneficio del grupo dirigente primero y de las clases explotadoras luego. De aquí que nosotros hayamos calificado al peronismo como bonapartismo, esto es, una forma intermedia, especialísima de ordenamiento político, aplicable a un momento en que la tensión social no hace necesario aún el empleo de la violencia, que mediante el control del aparato estatal tiende a conciliar las clases antagónicas a través de un gobierno de aparente equidistancia, pero siempre en beneficio de una de ellas, en nuestro caso la burguesía.
El capitalismo, frente a la irrupción de las masas populares en la vida política, y sin necesidad inmediata de barrer con la parodia democrática que la sustenta, trata de canalizar esas fuerzas populares. Para ello necesita favorecer, por lo menos al comienzo, a la clase obrera con medidas sociales, tales como aumento de salario, disminución de la jornada de trabajo, etcétera. Pero como estas medidas son tomadas, por definición, en un periodo de tensión económica, el gran capital no está en condiciones materiales y psicológicas de soportar el peso de su propia política. Lógico es, entonces, que lo haga incidir sobre la clase media, la que rápidamente pierde poder, pauperizándose. Con ello se agrega un nuevo factor al proceso de polarización de las fuerzas sociales.
La política de ayuda obrera referida se realiza, en realidad, en muy pequeña escala, si es que alguna vez se realiza, dándosele apariencia gigantesca por medio de supuestas medidas de todo orden.
Las consecuencias de este demagogismo son fácilmente previsibles: dislocan aún más el sistema capitalista, anarquizándolo y por lo tanto, acelerando su proceso crítico. Además, la política demagógica relaja la capacidad de trabajo de los obreros, lo que explica que cuando el capitalismo necesita readaptarlos para el trabajo intenso, tenga que emplear métodos compulsivos. Ésta es una nueva causa que explica el totalitarismo y una nueva demostración de que, en el actual periodo, el Estado Liberal carece tanto de posibilidad como de valor operativo.
El proceso demagógico presenta algunos resultados beneficiosos, particularmente en el orden social y político. Al apoyarse en el pueblo, desarrolla la conciencia de clase política del obrero. Creemos que el aspecto positivo fundamental del peronismo está dado por la incorporación de la masa a la vida política activa; en esta forma la liberó psicológicamente. En este sentido Perón cumplió el papel que Yrigoyen en relación a la clase media. Hizo partícipe al obrero, aunque a distancia, en la vida pública, haciéndole escuchar a través de la palabra oficial el planteamiento de los problemas políticos de fondo, tanto nacionales como internacionales.
Estos aspectos representados por el peronismo fueron los que lo volvieron peligroso a los ojos del gran capital De aquí que nosotros hayamos dicho en el primer tomo de La realidad argentina, escrito en 1953, que Estados Unidos "necesita un gobierno de personalidades más formales" que las peronistas, permitiéndonos predecir "que llegado este momento (de profundas convulsiones sociales) el general Perón, instrumento del sistema capitalista en una etapa de su evolución, será desplazado".
La pérdida de la base material de maniobra del país y del peronismo restó a éste la posibilidad de continuar con su política, y fue la que condujo, en última instancia, a su caída.
La acusación de fascismo lanzada contra el régimen peronista carece de tanto fundamento como la posición que consideró a éste un movimiento de liberación nacional. Para demostrar que el mismo fue bonapartista y no fascista, será suficiente con indicar que se apoyó en las clases extremas, gran capital y proletariado, mientras la pequeña burguesía y en general la clase media, sufrió el impacto económico-social de la acción gubernamental.
Por el contrario, en el fascismo, la fuerza social de choque del gran capital, está constituida por la pequeña burguesía. Esta circunstancia explica que las persecuciones contra el proletariado bajo el régimen fascista, encierren tanta gravedad, ya que la acción represiva está a cargo de toda una clase. Es necesario distinguir entre dictadura clasista y dictadura policial.
La torpe y reaccionaria acusación de fascismo, partió de la Unión Democrática, de triste recuerdo. Las fuerzas más oscuras de la política argentina, coaligadas en la Unión Democrática, en la que no faltó el apéndice izquierdista, no quisieron o no supieron comprender en su hora toda la importancia del nuevo fenómeno representado por el peronismo, y de su desprestigio e incapacidad cosechó éste para conquistar el poder. Así, nosotros pudimos predecir el triunfo del coronel Perón, en nuestro trabajo "La crisis política argentina".
El gran odio que le profesó la "oposición democrática" se debió a que su régimen destapó la olla podrida de la sociedad burguesa, mostrándola tal cual es. La juridicidad burguesa y la sacrosanta Constitución Nacional perdieron su virginidad poniendo al descubierto su carácter de servidoras de una situación. Se destruyó la unidad del ejército y se colaboró en la descomposición de los partidos políticos, etcétera. En efecto, no fueron los rasgos negativos del peronismo los que verdaderamente separaban a la "oposición democrática", como se ha visto después: el aventurerismo y la corrupción política, administrativa, etcétera, la "pornocracia"; la estatización y burocratización del movimiento obrero; la legislación represiva, hoy en vigor con más fuerza que nunca, etcétera. Asimismo, con la caída de Perón no se trató de corregir esos defectos, sino terminar con los excesos, de su demagogismo, demasiado peligroso ya en un periodo de contracción económica. El golpe de Estado de 1955 cumple ese objetivo del gran capital nativo-extranjero.