Más de 125 millones de brasileños deberán decidir quién sucede a Lula y toma las riendas del país durante los próximos 4 años. Dilma Rousseff, por el Partido de los Trabajadores, parte como gran favorita, pero el candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña, José Serra, confía en dar la sorpresa.
El próximo 3 de Octubre los más de 125 millones de brasileños con derecho a voto elegirán al sucesor de Luiz Inácio “Lula” da Silva. Unas elecciones que supondrán, por un lado, la evaluación final de la era Lula y, por otro, pondrán sobre el tapete si hemos asistido a una ilusión pasajera, asentada sobre la atractiva personalidad del “presidente obrero”, o realmente el proyecto de cambio en Brasil va más allá del propio Lula. Todos los sondeos apuntan a que más bien asistiremos a lo segundo, encarnado en la figura de Dilma Rousseff, Ministra de Energía y de la Casa Civil durante los gobiernos Lula.
La antigua guerrillera ha conseguido voltear radicalmente la intención de voto de la sociedad brasileña. Partiendo hace un año con 20 puntos de desventaja con respecto a su principal competidor, el candidato del Partido Socialdemócrata (PSDB) José Serra, los últimos sondeos le darían un 49% de intención de voto, frente al 28% de Serra. De cumplirse estas previsiones la incógnita se situaría en si será necesario una segunda vuelta para proclamar a Dilma Rousseff como la primera presidenta de la historia de Brasil. La tercera candidata en discordia por el Partido Verde (PV), la ex Ministra de Medio Ambiente Marina Silva, se quedaría en un meritorio 13%, que podría ser decisivo en caso de una segunda vuelta.
La que parece ser una cómoda victoria es uno de los problemas que tiene que afrontar el Partido de los Trabajadores (PT) y las fuerzas que apoyan la candidatura de Dilma en la recta final de la campaña. La estrategia de achique de la euforia pretende minimizar la posible desmovilización del voto que podría generar problemas innecesarios a la hora de cerrar la sucesión. Asimismo, los últimos escándalos que han afectado a la actual Ministra de la Casa Civil, Erenice Guerra, que han envuelto a dos de sus hijos en un turbio asunto de cobro de comisiones ilegales y que la han llevado a presentar la dimisión, así como la violación del secreto fiscal de la hija de candidato opositor y del vicepresidente del PSDB, en el que estarían implicados militantes del PT, pueden poner en aprietos de última hora a Rousseff.
UNA ELECCIÓN POCO ECONÓMICA
Gane quién gane el próximo 3 de Octubre, lo que si parece claro es que Lula se ha ganado un lugar privilegiado en la historia de Brasil. Se va siendo el presidente más popular de la historia del gigante sudamericano, como la figura brasileña más influyente a nivel mundial, como fuerte impulsor de la integración sudamericana y como poderoso candidato a liderar instituciones internacionales. Tal es la fuerza de la figura de Lula que hasta el candidato opositor José Serra intentó rentabilizar su imagen durante la campaña electoral.
La realidad es que tanto Serra como Rousseff apuestan por la continuidad del modelo económico, que sorprendentemente tampoco conllevó ninguna ruptura con respecto al desarrollado durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, suponiendo de hecho un apuntalamiento de la economía de mercado en Brasil. Un aspecto a valorar en este sentido, en una hipotética victoria de Dilma Rousseff, es la actitud que adoptará el PT y el margen de maniobra del que dispondrá la nueva presidenta. En ese sentido ya se habría manifestado el presidente del partido, José Eduardo Dutra, señalando que Dilma no va a disponer de la amplísima autonomía de la que gozó Lula. La conformación del próximo gobierno y las carteras ministeriales que controlen las figuras más cercanas al aparato del PT podrían marcar el tono de la acción de gobierno. Este puede ser el momento en el que sectores del PT, descontentos con la continuidad neoliberal, podrían intentar dar un impulso definitivo a las transformaciones económicas del capitalismo brasileño.
Por otro lado, en la pugna electoral, como era de esperar, Dilma ha hecho hincapié en el aspecto más social del proyecto, prometiendo una profundización de las medidas contra la tremenda desigualdad del país, mejoras en educación, sanidad e impulso de la integración de América Latina y acercamiento a África. Por su parte, José Serra, al que se le achaca la falta de un programa definido, arremete especialmente contra la política exterior de Lula, fundamentalmente en lo que respecta al ámbito sudamericano y la cercanía con los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Y a este respecto, en lo que parece una maniobra desesperada, ha acusado al PT de tener vínculos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) e instó a que Brasil califique a la guerrilla colombiana como “terrorista y vinculada al narcotráfico”.
El discurso novedoso, aunque poco más que anecdótico en esta campaña, lo ha ofrecido Marina Silva, poniendo el acento en la preservación de las riquezas naturales y en el desarrollo de un modelo económico ecológicamente sostenible. Así todo, al igual que sus oponentes, afirmó su compromiso con la realidad macroeconómica del país.
EL BRASIL DE LULA
Tres son los aspectos más llamativos de los 8 años de gobierno Lula, y lo son no siempre por la novedad, sino en algún caso por el continuismo. En este aspecto resalta sobre todas las otras materias la política económica. A pesar de que el PT y el propio Lula fueron ferozmente beligerantes durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, lo cierto es que poco más que pinceladas es lo que se ha variado en materia económica. Hasta tal punto es la continuidad que sus detractores retiran el mérito a Lula para dárselo a Cardoso, dejando a Lula simplemente como beneficiario del acierto del gobierno anterior.
La realidad es que ya desde antes de las elecciones de 2002, cuando crecía la posibilidad de una victoria de Lula y mientras se generaba un proceso de fuga de capitales y de especulación contra la moneda brasileña, este dio a conocer la llamada “Carta al Pueblo Brasileño” en la que se anunciaba el “respeto a los contratos y a las obligaciones del país” y garantizaba que todo cambio sería “fruto de una amplia negociación a escala nacional”. El nivel de consenso en materia económica, no tanto con ciertas organizaciones de la izquierda como con adversarios políticos de la derecha, y la satisfacción de los mercados ante su gestión, evidencian la ausencia de una agenda alternativa al capitalismo en Brasil. Esto ha llevado a no pocos enfrentamientos con la izquierda de PT, el Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y otras organizaciones políticas y movimientos sociales afines como el Movimiento de los Sin Tierra (MST).
Las recetas no han sido muy novedosas: reducir el gasto público para financiar el pago de la deuda externa, control monetario para dominar la inflación, impulso del sector privado, atracción de inversión extranjera y aumento de las exportaciones. Con ello ha conseguido reducir la inflación del 30% al 2%, ha logrado altas tasas de crecimiento del PBI que aún hoy se encuentra cercano al 9% y ha liquidado anticipadamente sus pagos con el Fondo Monetario Internacional reduciendo notablemente su deuda externa.
La política social ha sido el mayor logro de la era Lula. Frente al abandono que sufrieron estas políticas en épocas anteriores, el impulso que han recibido en los últimos 8 años ha incidido considerablemente en los sectores sociales más desfavorecidos, consiguiendo sacar a 19 millones de brasileños de la pobreza extrema y logrando que otros 30 millones alcancen las capas medias de la sociedad, según datos de la Fundación Getulio Vargas. El programa bandera de la política social de Lula ha sido el conocido como “Bolsa Familia” del que se benefició en torno del 25% de la población brasileña y podía llegar a suponer el 40% del ingreso familiar. Así todo, Brasil sigue siendo unos de los países del mundo con mayores tasas de desigualdad, lo cual vuelve a ser el principal reto del próximo gobierno.
Este programa también ha sido objeto de crítica desde sectores de la izquierda brasileña, ya que como programa es fruto de una decisión política en una coyuntura determinada y no se ha elevado a derecho subjetivo, con lo que una situación económica menos favorable podría poner en peligro su existencia.
Otra de las grandes novedades que aportó Lula a la realidad brasileña ha sido la política exterior. Y con notable éxito ya que ha conseguido situar a Brasil como actor influyente en la política mundial y líder regional en Sudamérica, aprovechando su moderación para situarse como figura mediadora en los conflictos regionales. Así todo, eliminó radicalmente la antigua subordinación a los dictados de las instituciones financieras internacionales, aunque sin abandonar sus compromisos, y fue un elemento activo en el fracaso del acuerdo de libre comercio ALCA y en la potenciación de instituciones de integración regional, especialmente UNASUR.
En definitiva, el Brasil de Lula se sumó a los países latinoamericanos que rechazan los dictados estadounidenses en la región. Desde unos parámetros menos ideologizados a como lo pueden hacer Venezuela o Bolivia, pero desde la perspectiva de la integración latinoamericana, ha propiciado el entendimiento entre la pluralidad de experiencias que a día de hoy buscan una alternativa al neoliberalismo en la región.
SUDAMÉRICA DESPUÉS DE LULA
El mapa político sudamericano está en juego. De un tiempo a esta parte estamos asistiendo a una constante de cambios en los equilibrios entre los aliados de EE.UU. en la zona y los gobiernos en procesos de emancipación. Esta partida se juega en cada proceso electoral de cada uno de los miembros de la comunidad sudamericana, aunque la importancia de lo que se juega ha llevado en algún que otro caso a recurrir a la fuerza para frenar el retroceso estadounidense, en ocasiones con éxito como en Honduras en 2009 y en otras sin el como en Venezuela en 2002.
La relevancia económica y política de Brasil puede marcar una tendencia en el devenir próximo de la comunidad Sudamérica, ya que una victoria de Serra, sumada a la victoria de Piñera en Chile y al triunfo del golpe de Estado en Honduras, supondría un cambio significativo de tendencia en la zona. Esto habría que ponerlo en relación con el análisis pormenorizado de los resultados de las elecciones legislativas venezolanas.
Con mayor o menor profundización o moderación, la victoria de Dilma Rousseff mantendría a Brasil en la perspectiva de la integración latinoamericana, continuando con la imagen de un proceso global de cambios emancipatorios en la región, en una política exterior independiente y con una política económica con cierta relevancia de la acción social.
Por su parte, una victoria de José Serra animaría a EE.UU. a intentar recuperar su influencia en la región frente al bolivarianismo y procesos similares, daría alas al sector privado brasileño frente al Estado para tomar las riendas de la explotación de los nuevos yacimientos petrolíferos, pondría una incógnita sobre el futuro de las políticas sociales y daría un vuelco total a la política exterior brasileña que tantos réditos le ha dado.
En definitiva, el pueblo brasileño ha sido llamado a urnas, pero el resultado que se obtenga el próximo 3 de Octubre va a afectar al conjunto de la comunidad sudamericana como quizás nunca antes lo haya hecho.
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