Comienza la cuenta atrás para iniciar el cambio político en nuestro
país. Ya son menos del centenar los días que restan para elegir a nuestr@s
representantes en ayuntamientos y en la mayoría de los parlamentos autonómicos.
Llegado este momento, incluido el check point andaluz previo, estaremos ante el
mejor termómetro de la verdadera puesta a punto de las fuerzas políticas que
han de representar ese cambio. Será el tiempo de evaluar la verdadera fuerza de
Podemos más allá del empuje del carismático Pablo Iglesias; podremos calibrar
si Alberto Garzón conseguirá que Izquierda Unida sea una fuerza relevante para
el cambio o si el viejo e inmovilista aparato la sume en una nueva y
probablemente definitiva fase de disgregación; y tendremos datos concluyentes
sobre el éxito o fracaso de las candidaturas de unidad popular que se están
impulsando a nivel municipal.
Quizás la base que ha de fundamentar y sostener ese futuro y ansiado
cambio político, que inaugure un nuevo proceso constituyente en España, se
encuentre precisamente en las candidaturas municipales, como ámbito de
encuentro de las diferentes organizaciones y personas que componen el amplio y
plural campo popular y que están dispuestas a dar pasos firmes para empujar en
la misma dirección. Por ello me gustaría llamar la atención sobre su
relevancia, que estamos obligados a elevarla a histórica, y cuya conformación
hemos de tratar con exquisito mimo político y delicadeza organizativa.
Una vez finalizados los procesos de elección internos a nivel local y
autonómico en Podemos, que innegablemente es el actor principal de este nuevo
escenario político en el que se mueve el campo popular, la puesta en marcha y
fuerte acelerón de las candidaturas de unidad ciudadana municipal debe ser la
tarea prioritaria. Somos muchos los que desde los movimientos sociales estamos
expectantes ante un proceso esperanzador pero no exento del riesgo de
convertirse en una gran decepción. Y el primer riesgo a conjurar es la
tentación de continuidad de las hostilidades producidas por los procesos democráticos
internos de la principal fuerza política que lo impulsa. Estoy seguro de que en
evitar su reproducción se trabaja ya y esperemos que se haga con éxito.
A partir de ahí, más que la propia conformación de la candidatura, que
con que sea expresión democrática de la pluralidad del campo popular me doy por
satisfecho, me preocupa que en el poco tiempo que queda se sea capaz de generar
ámbitos participativos y suficientemente fecundos como para generar una
alternativa política para nuestra ciudad. Un programa que sea capaz de dar
respuesta realista a las demandas más perentorias de l@s ciudadan@s de Gijón y
que creo que ha de pivotar sobre tres ejes fundamentales: empleo y servicios
sociales; participación ciudadana y profundización democrática; y medidas para
el fin de la paralización del Plan de Vías.
Afortunadamente, contamos en nuestra ciudad con un tejido asociativo
considerablemente fuerte y activo que lleva años diseñando propuestas y
luchando por su puesta en marcha. El diálogo con todo ese tejido es el
mecanismo fundamental para conocer e incorporar lo más avanzado de sus elaboraciones,
pulsando con ello el sentir de la ciudadanía más consciente y organizada, dando
lugar a sumarla al proceso de cambio que se avecina. Ser capaz de catalizar
hacia una programa ciudadano el gran trabajo que muchas organizaciones del
campo popular llevan desarrollando durante largos años, puede ser lo que marque
la diferencia entre el éxito y el fracaso.