Es hora de ir poniendo nombre al momento histórico que estamos atravesando. La constante incertidumbre sobre las economías de los países denominados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) es un fenómeno que va más allá de la pura crisis económica. Porque las tensiones que hacen tambalearse, día sí día también, las economías nacionales son fenómenos perfectamente planificados, con ejecutores perfectamente identificables. No nos engañemos, detrás de esa especie de dioses vengativos y castigadores a los que se llama “mercados” hay grandes oligarcas y compañías transnacionales, cuyo poder es tan inconmensurable que la lista de verdugos de nuestras cuentas no sería muy larga. Con sólo escarbar mínimamente detrás de las famosas agencias de calificación Standard & Poor’s, Moody’s o Fitch, que se han erigido en jueces y partes del negocio mundial, obtendríamos datos muy clarificadores.
Los fenómenos de estos últimos meses ya no son situaciones incontrolables, únicamente son escenarios aparentemente arbitrarios a los cuales siempre se les da la misma solución: recortes sociales, desregulación laboral, reducciones salariales, aumento de impuestos indirectos, etc… Siempre, de manera incesante como un martillo pilón, nos dan la misma receta para solucionar problemas que pocos meses después reaparecen, reapareciendo con ellos el mismo discurso. Qué triste es ver como un Ministro de la octava potencia mundial tiene que regresar apresuradamente a su país para poner en marcha estas recetas de un día para otro, ante el peligro de colapso de la economía italiana.
Por tanto, no nos engañemos, no hay solución dentro de sus reglas. No hay solución porque no nos proponen soluciones, lo que nos proponen son sus objetivos perfectamente planificados de antemano y para los cuales se configuran determinados escenarios. Y eso, para nosotros, para los trabajadores y las clases populares, es profundizar en el problema.
Ahora estamos pagando la factura por nuestra tibieza pasada ante la ola neoliberal. Una ola que a muchos nos cegó en Europa, metiéndonos en una vorágine consumista que parecía no tener fin. En pro de ello hemos arrasado con la ya deficitaria democracia surgida de la II Guerra Mundial y de las dictaduras militares que se finiquitaron en los años 70. Hemos puesto el control de nuestras economías en manos de unos dioses que, a pesar de tener nombres y apellidos, llamamos mercados. Y les dimos las llaves de las ya laxas cadenas con las que un día tímidamente los sujetamos. Ahora pareciera que esas mismas cadenas aprietan las manos trabajadoras de toda Europa, exprimiendo como nunca para mayor gloria de la competitividad y el beneficio. Hoy, como antaño, sólo tenemos que perder nuestras cadenas. Despertemos y atrevámonos.
No hay esperanza dentro los cada vez más estrechos márgenes de esta ficción democrática. La única manera de construir algo a lo que pueda llamarse democracia, sin causar sonrojo, es recuperando la soberanía económica. Para ello hay que romper con ciertas instituciones, en lo que sería el acto político destructivo más creador de esperanza. Hay que romper de manera incuestionable con el Fondo Monetario Internacional y dinamitar esta Europa de los mercados llamada Unión Europea, para comenzar a hablar de una Europa de los pueblos. Mientras no transitemos por este duro, pero necesario, camino, seguiremos sufriendo las consecuencias de un periodo histórico que podríamos denominar como Golpe de Estado Financiero Permanente.
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