¿Qué más da?
Tarde o temprano lo inevitable sucederá. No hay lugar para la evasión, no es
posible escapar. La alternativa se antoja peor, repleta de mañanas ociosas y de
tardes deprimentes, aún más deprimentes, sucedidas por noches en vela. Así
todo, sigo suplicándome unos minutos más, solo cinco minutos más. Me
escondo bajo las sábanas esperando desaparecer entre ellas o, más bien,
esperando que el mundo que hay al otro lado se esfume, que se olvide de mí…
La luz de la
mañana ya inunda la habitación y traspasa mis párpados. No sé cuánto ha
transcurrido pero aún estoy a tiempo. Creo que ya he reunido la fuerza suficiente para
correr mi maratón semanal. Más que fuerza, voluntad. Un insignificante
atisbo de voluntad que me pone en marcha. Voy a tomar la salida, voy a
enfrentarme al tedio, una vez más conseguiré avanzar hacia el mismo y eterno comienzo…
Abro unos ojos que inmediatamente son cegados por la deslumbrante luz matinal. Perezosamente me incorporo e intento
salir de la cama, pero algo que se aferra a mí con firmeza me lo impide. Esta vez no soy yo ni mi desidia, es una fuerza exterior.
Lucho sin ningún ánimo real de escabullirme y sin conseguirlo. Poco a poco comienzo a
ver. Fijo la vista y todo cambia. La perspectiva es otra, resplandeciente,
brillante… La semana muta en emocionante. Mil puertas se abren ante mí, todo
son posibilidades. Todo es euforia y entusiasmo. Y es que Morfeo me había
hecho caer en un lapsus onírico. Vuelvo a recordar que ahora ella despierta junto a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario