Ha saltado la sorpresa en la Capilla
Sixtina y ha sido un argentino el elegido como nuevo Papa. El Cardenal Jorge
Mario Bergoglio, hasta ahora Arzobispo de Buenos Aires, gobernará la Iglesia
Católica con el nombre de Francisco I.
La elección ha agarrado a
contrapié a las redacciones de los medios de comunicación españoles, lo que ha
desatado las especulaciones sobre cuál será la tendencia a la que está adscrito
Bergoglio. Finalmente, parece que los medios se han decantado por etiquetarlo
como un progresista moderado, supongo que por tratarse de un jesuita. Sin
embargo, a mi modo de ver, nada más lejos de la realidad.
La durísima etapa política que
atravesó argentina durante la dictadura militar, nos da algunas claves muy
sospechosas alrededor de la figura de Bergoglio. El nuevo Papa, que parece ser
que simpatizaba con una agrupación del peronismo derechista denominada “Guardia
de Hierro”, fue acusado de delatar a dos jesuitas subordinados suyos, que
serían torturados en la tristemente famosa Escuela Mecánica de la Armada.
Asimismo, el ahora Papa
Francisco I, fue señalado como uno de los conocedores del robo sistemático de
bebés nacidos en cautiverio. Esto ocurrió al ser presentadas varias cartas
dirigidas a su persona que denunciaban los hechos cuando éstos tenían lugar.
Ante esta cruel e inhumana práctica de la dictadura militar argentina,
Bergoglio habría optado por mirar a otro lado. Y es que el nuevo Papa siempre se
excusó en la supuesta neutralidad de la Iglesia Católica en materia política.
El currículum conservador del
hasta ahora Arzobispo de Buenos Aires tiene más y más recientes páginas. Si
bien pretende mostrarse neutral durante la dictadura militar, no dudó en
combatir enérgicamente a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Y así, luchó fervientemente contra la ley que legalizaba el matrimonio entre
personas del mismo sexo, llegando a aseverar que se trataba “de una movida del
Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.
Pero no se quedó ahí.
Bergoglio siguió haciendo gala de su conservadurismo y de su, ahora sí,
tendencia a interferir en asuntos políticos, con motivo de la apertura del
debate en torno al aborto. Argentina cuenta con una de las legislaciones más
retrógradas al respecto y, el nuevo Papa, no titubeó a la hora de oponerse rotundamente a la
más mínima modificación legal en términos progresistas.
Despejada más de una duda al
respecto de su orientación, cabe abordar qué sentido tiene su elección y qué
papel ha de jugar en los próximos años al frente de la Iglesia. La situación
política mundial y, especialmente, latinoamericana, me lleva a ver ciertos
paralelismos con la elección de Juan Pablo II.
Karol Wojtyła
fue el primer y único Papa salido del otro lado del telón de acero. Fue un
enemigo declarado del denominado Socialismo Real y un aliado fiel de las
potencias de Europa Occidental y EE.UU. Así, se alzó como uno de los líderes y
principal guía espiritual de la disidencia interna, a la que apoyó y potenció hasta
la caída del muro de Berlín y de todos los países socialistas europeos.
Ante el que parece ser un
imparable avance de los gobiernos progresistas en América Latina, que van desde
el más decidido bolivarianismo venezolano hasta las moderadas políticas de
progreso social brasileñas, no sería de extrañar que la Iglesia, en connivencia
con sus habituales aliados, haya decidido retomar la intensa intervención de
antaño en asuntos de política internacional. Y es que no es difícil imaginar el
grado de preocupación que pueden tener los actuales dirigentes vaticanos, por su
futura influencia entre los millones de ciudadanos de un continente en el que
cada vez se oye con más fuerza la palabra “socialismo”.
Por ello, y por la condición
de jesuita de Francisco I, intuyo que estamos ante un lobo con piel de cordero.
Porque si bien la Compañía de Jesús se ha caracterizado por su contenido social
y su relativo progresismo, Bergoglio ha simpatizado con la derecha militar
golpista y genocida. Así, sus ropajes jesuíticos pueden esconder un lobo que
pretenda volver a poner la cabeza de los pueblos latinoamericanos bajo la bota
neoliberal.
Recordemos que cuando Karol
Wojtyla fue alzado al Trono de San Pedro, más de uno creyó que sería una
oportunidad para profundizar en el diálogo entre el bloque socialista y el
capitalista. Craso error. Hoy, cuando una nueva experiencia socialista parece
abrirse paso en América Latina, no se debería pecar de candidez. La aparición
de un liderazgo conservador en Sudamérica, justo cuando desaparece el líder del Socialismo del Siglo XXI y el máximo impulsor de la integración latinoamericana,
parece alumbrar un nuevo desafío para los pueblos del continente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario