Hoy se cumplen 75 años del comienzo de una de las acostumbradas infamias de esta, nuestra aún madrastra, España. Hace tres cuartos de siglo, las fuerzas más reaccionarias del país, llevaban a término sus planes conspirativos contra el gobierno más avanzado que los españoles hemos podido disfrutar hasta el día de hoy. Únicamente los asturianos pudimos ser partícipes de un proceso aún más profundo que el de la segunda república, durante las escasas dos revolucionarias semanas de Octubre de 1934. Y personificando lo peor de nuestra historia moderna, ambos procesos fueron aplastados por la misma mano, la de Francisco Franco, sumiendo a toda España en uno de los periodos más negros de su historia.
Errónea o interesadamente, estos sucesos son tratados por muchos desde el punto de vista puramente histórico. Pero más allá de la falsamente aséptica historiografía con la que algunos pretenden presentar los hechos, las fuerzas más avanzadas de la España actual tenemos la obligación de desenmascarar la absoluta relevancia de estos acontecimientos para la configuración del actual edificio institucional. Al margen del innegable avance democrático, el constructo político fabricado en la llamada “transición democrática” es producto ejecutado y diseño calculado de las mismas élites políticas y económicas que determinaron los cuarenta años de dictadura fascista en España. Constructo en el cual participaron erróneamente determinadas fuerzas de la izquierda, especialmente el PCE, lo cual no incrementa la legitimidad de lo que no es más que la evolución preconcebida por la oligarquía española para perpetuar su poder en una España en el marco de la hoy llamada Unión Europea, CEE por aquel entonces. Y en el vértice de esta democracia poco más que formal, cumpliendo los designios de su mentor Francisco Franco, el Borbón Juan Carlos. Por tanto, la obligada ruptura con la dictadura franquista queda pendiente, por mucho barniz presunta y milimetradamente democrático con el que se la quiera enmascarar.
Y sigue tan pendiente como la archidemandada justicia histórica, tan ausente en España como presente está en nuestra hermana Argentina que, habiendo comenzado a sufrir su propia dictadura militar cuando nosotros ya abandonábamos la nuestra, hace tiempo que ajusta cuentas con su historia. Mientras tanto aquí, el poder de la derecha más conservadora, la hipocresía de una izquierda devenida en poco más que moderna derecha y la tibieza de la otra izquierda, en este caso la acomplejada, han acabado por legislar el olvido, dando la espalda a miles de compatriotas que siguen con sus huesos repartidos por las cunetas de toda España, pendientes aún de la voluntad de unos anónimos héroes modernos que siguen luchando por devolverles la dignidad.
Por si fuera poco, la renovada fuerza con la que resurge la ultraderecha española más conservadora, ha favorecido el comienzo de un proceso de revisión y falsificación histórica que busca presentar a las víctimas como verdugos y a estos como salvadores. Nada nuevo bajo el sol. Es el discurso que nuestros padres y abuelos escucharon durante 40 años y que sólo la desmemoria de las nuevas generaciones puede darle una mínima verosimilitud. Y es aquí donde convergen la anquilosadísima iglesia católica, la oligarquía económico-financiera en simbiosis con la tradicional nobleza española, sus fuerzas políticas y sus portavoces mediáticos disfrazados de presunta intelectualidad. Entre ellos, destacan los renegados de siempre que, como es habitual, braman como el que más en un ejercicio de expiación de sus pecados izquierdistas de juventud.
Hoy es un día más para reclamar la libertad frente a la esclavitud, la democracia frente a la dictadura, la república frente a la monarquía, la igualdad frente a la explotación, el trabajo frente al capital… En definitiva, un día más para afrontar el futuro con una esperanza que, a pesar de todo, no nos han conseguido arrebatar. En estos últimos tiempos, vemos como las nuevas formas de dictadura determinan el progresivo empobrecimiento de todos los pueblos de Europa. Son nuevas formas, pero son los mismos directores. La lucha de nuestros antepasados, por la que muchos de ellos residen en el olvido de una cuneta de carretera comarcal, es la misma lucha que nos ha sacado a las calles en los últimos meses. Su ejemplo no sólo nos debe obligar moralmente, sino también alentar, orientar e inspirar. No les debemos la victoria, pero su memoria reclama y exige nuestro combate.
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